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Caminatas   |     03.07.2023

Un mal día en Palermo

Sobre la avenida Córdoba, a la altura de  Serrano, hay un cartel que está desapareciendo. En ese lugar, bajo el cartel de Tienda La Ideal, mi madre nos compró pijamas y medias. Hasta hace algunos meses las dos mujeres que atendían el negocio estaban vivas, un día murió Beatriz, la más grande y un tiempo después Viviana, la menor. La Ideal se quedó sin vendedoras y cerró.

 

Doblo en Serrano, que la conozco de memoria. Sobre esa calle caminé mi adolescencia y en esa misma calle, llegando a Gorriti, mi amigo Fernando se desplomó y supimos por primera vez qué era un cáncer en el cerebro. Fernando sigue vivo, tuvo varios episodios parecidos y siempre fue aterrador. 

 

La plaza, que ahora es un conventillo de turistas, siempre fue horrible. Una plaza con cinco árboles. ¿Cómo puede ser linda una plaza así? No sé si merece llamarla de ese modo, en todo caso le podemos decir mercado. En ese lugar, cuando todavía no habían llegado en patota los restaurantes, vi tocar, en un escenario improvisado a La Bersuit, lo vi a Cordera pelear con un borracho al que no le gustaba la música y corrí cuando la policía decidió, que si nos quedábamos, íbamos a terminar la navidad en la comisaría.

 

Unos metros adelante la calle cambia de nombre y comienza Jorge Luis Borges. Esa esquina es el único lugar de permanencia pública entre los dos famosos escritores. No sé si fue fortuito o planearon el encuentro, pero la plaza, conocida como Plaza Serrano, en realidad tiene el nombre de Plaza Julio Cortazar. Donde termina uno, nace otro y en el medio, en ese límite urbano, un abismo impreciso. 

 

La relación entre ambos siempre fue comentada. Coincidieron en un tiempo en que los escritores en Argentina, al igual que los poetas en Chile, eran considerados en serio. El vínculo comenzó así, a Cortazar nadie lo tenía en el radar de los escritores. Una tarde creyó tener un buen texto, entonces se lo llevó a Borges, que se sorprendió por el entusiasmo del joven. Unas semanas después Borges publicaría en la revista Anales de Buenos Aires, el relato Casa tomada. Esa edición lleva las ilustraciones de su hermana Norah Borges. 

Luego comenzaron a alejarse. Ambos compartían una idea, el menosprecio por el peronismo. Uno por izquierda y el otro, desde una aristocracia en desuso.

 

Sigo avanzando y los recuerdos se vuelven fantasías. Las cuadras han cambiado y me confundo un pasaje con otro, un nombre con otro, hago un esfuerzo para traer del pasado a un amigo, me alegra armar su figura en esas calles. Se llamaba Nicolás y fue la primera persona a la que odié, lo amé tanto hasta que di un paso en otra dirección, como se odia en la adolescencia, con una convicción que da ternura.

 

Me voy perdiendo a medida que avanzo y ya no puedo volver. Sigo caminando, ojalá el día o los recuerdos, mejoren.

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