Se camina antes de que se invente a caminar | 11.09.2023
Hace algunos días, la familia Ulas, (dos hermanos mayores y dos niños) que reside en Turquía, se hizo famosa por la divulgación de unos videos. Científicos de un instituto británico intentan explicar por qué caminan en cuatro patas, como si cada extremidad fuera igual de útil para el desplazamiento. Uno de los hermanos apenas puede caminar erecto diez metros, los demás, apenas unos pasos. La investigación intenta determinar si en sus genes hay una explicación para comprender la evolución de la especie, el eslabón anterior al homo erectus.
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En el año 1845, David Thoreau se retiró a una cabaña de madera construida con los árboles del lugar. Son pinos canadienses, que fueron plantados cincuenta años antes, aunque el lugar se sitúa a pocos kilómetros del lago Walden, cerca de la costa este de los Estados Unidos. Thoreau llevó algunas herramientas, varios cuadernos y tinta. Tenía un propósito: encontrarse consigo mismo.
Allí pasó dos años, dos meses y dos días. Durante este tiempo escribió una serie de instrucciones que le permitieron organizar su estancia. Para encontrarse a uno mismo, decía Thoreau, hay que perderse por caminos inciertos. Puso en marcha un orden sólido, concreto, solía dividir el día en dos partes: cuatro horas diarias, las de la mañana, para la lectura y la escritura; y otras cuatro para larguísimas caminatas durante la tarde. Jamás hallé compañera más sociable que la soledad, escribió Thoreau.
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Charles Dickens, fue un escritor inglés y murió en la ciudad que lo albergó como un caballero. Tolstoi lo llamó el mejor novelista del siglo XIX, Borges dijo que ha sido, “uno de los primeros que descubre la poesía de los lugares menesterosos y sórdidos.”
Dickens nació en un distrito alejado de Londres, un lugar donde la niebla y la peste trabajaron juntas para atormentarlo en su niñez y llenarlo de fantasmas durante su vida adulta.
Cuando comenzó no le gustaba salir a caminar, debía hacerlo, era la única manera de batallar al insomnio y a la angustia que cada tanto se adueñaba de sus tripas. Recorría las calles de Londres en la oscuridad, bajo la lluvia y la niebla, buscando compañía en los objetos sin vida, en el río fangoso y pútrido, y se detenía a observar el movimiento obsoleto de las pocas luces que se esparcían como insectos en la ciudad.
En ese periodo escribió “Night Walks” en la que habla de Londres y le habla a la ciudad. Hay cuerdas, decía Dickens, hay cuerdas en el corazón humano que sería mejor no hacerlas vibrar.
Cuando el sol se levantaba barriendo las sombras de la noche, Dickens volvía a su habitación y dormía plácidamente, hasta que la noche, otra vez, lo obligaba a caminar.
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Hay que sentarse lo menos posible, dijo Nietzsche y agregó, la vida sedentaria constituye el auténtico pecado contra el espíritu.
Rimbaud escapó hacia París, atravesó Bruselas, deambuló por las calles de Londres. Escaló los Alpes y hasta intentó llegar a Rusia. A pie, siempre a pie. En el año 1891 sufrió un accidente o se despertó una enfermedad y hubo que amputar su pierna. El poeta caminaba con furia, desordenado, completo de ira. Yo me creo en el infierno, por lo tanto estoy en él, escribió después de no poder caminar nunca más.
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Caminaron Moises y su pueblo durante cuarenta años, caminó Jesús por Galilea y caminan los locos, aparentemente a la deriva. Los caminantes son un invento y son antes del invento. Se caminó antes y después del flȃneur, antes de la prescripción médica, cuando el caminar era posesión del viajero o el meditabundo, se caminó antes de Thoreau, Nietzsche y Dickens, se caminó antes de que mi madre recorriera diez kilómetros cada día para trabajar, y se caminó antes de que la medicina o el deporte se apoderaran de esta actividad demasiado humana, como dice Luis Gusman.
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La historia de los hombres es un momento, entre los pasos de un caminante. Es una frase de Kafka y la escribió pensando en algo. La leí esta mañana y no quiero terminar de comprenderla, por escribir esto se me ha hecho tarde, no lo sé, tengo que salir y caminar.