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El Argentino desde Moscú

Nada es para siempre

Por Laura Bitto
11.12.23

Un hombre palea la nieve del camino al costado de los muros del Kremlin, la bandera rusa flamea bajo la lluvia helada. Son las cuatro de la tarde y oscurece en la Plaza Roja, una mujer pasea un perro con botas y pullover, las luces navideñas que delinean el centro comercial lo iluminan todo.

La estación Kiev del subte es evidencia tangible de las paradojas de la historia. Enormes murales de mosaico ilustran escenas de hermandad, alegría y abundancia del pueblo ucraniano cuando se integró como parte federada a la Rusia soviética. Una mujer y un niño saludan a los soldados del Ejército Rojo como representación de la liberación de Kiev de la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial o Gran Guerra Patria. Bajo el rostro de Vladimir Lenin se lee un texto que evoca la “eterna e indestructible amistad del pueblo ucraniano con los demás pueblos de la Unión Soviética como las bases de la independencia nacional y de la libertad”.

Pero el viejo sueño frustrado de Hitler de convertir a Ucrania en “el granero” de Europa quedó clavado como un aguijón latente que, muchos años después, comenzó a expandir su veneno y a propagar un sentimiento anti ruso en ciertos sectores.

Entre 2004 y 2014 se inició un proceso, apoyado por Estados Unidos (EE.UU) y la OTAN, denominado “las revoluciones de colores”, que impulsó una “limpieza étnica” contra la población ruso parlante del Donbass.

Hacia 2021 Moscú anunciaba la finalización del gasoducto Nord Stream II, lo que motivó el reinicio de las presiones de EE.UU hacia la Unión Europea (UE) para la incorporación de Ucrania a la OTAN.

El derrocamiento de Víktor Yanucovich y la imposición de Volodomir Zelenski, la incorporación de Crimea a Rusia, el reconocimiento de las repúblicas de Donets y Lugansk, el intento sistemático de Washington de socavar el resurgimiento nacional Ruso, la extensión de la OTAN más allá de las fronteras acordadas, el financiamiento europeo de sectores rusófobos, la incursión de paramilitares portadores de simbología nazi en Ucrania, son algunos elementos claves para pensar la intervención militar especial de Rusia.

En un contexto adverso en el que el Secretario General de la OTAN anuncia “malas noticias” para Ucrania y Estados Unidos parece priorizar la guerra de Israel contra Palestina, Zelensky elige viajar a la asunción presidencial de Javier Milei mientras Vladimir Putin refuerza las relaciones con los Emiratos Árabes, Irán y se toma cincuenta minutos para conversar telefónicamente con Netanyahu.

No está claro aún en favor de qué sectores se inclinará el tablero de poder mundial pero cabría preguntarse ¿hasta cuándo occidente puede sostener tantos conflictos abiertos sin debilitarse y perder hegemonía? Y, siendo así, hasta qué punto la llegada de gobiernos de derecha, que buscan convertir a sus países en colonias del norte, pueden consolidarse y sostenerse en el tiempo.

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