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Los inmortales  |     04.09.2023

Camino por la vereda contraria y en la misma dirección que un hombrecito desplumado y una mujercita que va zapateando su sombra. El sol nos pega a los tres y a los tres que vienen de frente, otra pareja con un niño que hace gestos imbéciles a un pobre perro que tiene que cruzar la calle como un miserable.

 

A la altura de la confitería choco accidentalmente con el hombro de la que parece ser la madre de la criatura. Es un roce sin densidad, un tacto olvidable. Me mira con indignación y después mira a su marido que solo tiene tiempo para seguir arrojado sobre la pantalla de su teléfono. Sé que me mira porque me doy vuelta para mirarla y sonreír. Se me ocurren varias palabras, pústula, plaga, barco, fiebre, máscara, pero las escondo en mi sonrisa tibia y falsa.

 

Algunos minutos más y estoy en el parque, rodeado de tipas y lapachos en flor, de bancos de concreto y un tobogán que hace una sombra podrida, de madera y caño. Es septiembre y algunos árboles saben que florecen, las hormigas caminan por la tripa de un ave, todo es carancheo.

 

Es una plaza centenaria, de caminos estrechos y de cartelería invisible. En el medio se levantan varias los próceres en estatuas de bronce. Están Sarmiento y Bolívar, Julio Argentino Roca y San Martín. No todos son del mismo artista, no todos tienen el mismo tamaño, solo algunos miran al norte. Parecen encerrados dentro del metal, esclavos para siempre de la misma postura.

Carlos Almira escribió un cuento que dice “el poeta de moda murió, y levantaron una estatua. Al pie grabaron uno de los epigramas que le valieron la inmortalidad y que ahora provoca la indiferencia o la risa, como la chistera, el corbatín y la barba de chivo del pobre busto. El Infierno no es de fuego ni de hielo, sino de bronce imperecedero.” Eso parece, son estatuas bellísimas, tan hermosas como las mentiras del infierno.

 

Camino hacia los costados de la plaza, hay poco movimiento, personas que aspiran a no morir haciendo deporte, parejas taciturnas, de una noche, de un enojo, algunas personas avanzadas en edad, que les importa poco lo que pienso, pero sobre todo lo que piensan.

 

Habrá que ver las cosas que pasan más tarde, la cantidad de gente que hará cosas: mate y facturas, cara de cansados, patear y gritar, enojarse con la vida, hamacar criaturas, vender pochoclo, jugar con perros, retar perros, tocar perros, husmear en las orejas de sus acompañantes, sonreír con soltura. Dos hombres y dos mujeres utilizarán su estadía en la plaza para decir verdades y usar los ojos como periscopios. Habrá que estar para ver como un hombre canoso maldice a un niño, que en su intrepidez y estupidez, persigue despóticamente a unas palomas que el mismo hombre alimenta. Veremos una parejita que se refugia en las sombras del sauce, para hundirse las manos y gemir hacia dentro.

 

En un rato habrá gente hablando de la abuela y del hijo de puta del vecino que lo cagó tirando la basura un sábado, se hablará de tantas cosas que los próceres encerrados en sus cavernas de metal no podrán escuchar, porque aunque tengan interés no tendrán ganas de ser mortales.

 

Me retiro un rato antes, todavía tengo ganas de ver qué pasa en otro lado.

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