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Caminatas   |     29.05.2023

Hojas de Eucalipto

El corte de las calles, las cuadrículas, la numeración, el cartel negro, el empedrado. Paraísos, lapachos y tipas, un cantero de piedra, más adelante los plátanos con sus perdigones amarillos. Más tarde un eucaliptus, varios eucaliptus, imponentes, son una manada, de tronco blanco, hojas alargadas como uñas, uñas de bruja.

 

Las semillas caen al final del verano, inicio del otoño, y hasta algunas se retrasan, ¿pero quién lo sabe? Encuentro unas pocas antes de entrar al parque. Recojo los frutos y las hojas. Hojas alargadas como uñas, uñas de bruja y los frutos, que tiene forma de cono o de vaso y de útero. Una cuña tienen en la tapa, con forma de flor, como el dibujo de una flor.

 

Salgo a caminar, como todos los domingos. Los días de lluvia pasaron.

 

En el parque me lleno los bolsillos de hojas y frutos. Antes de dormir los pondré en una olla y los cocinaré. Los haré aroma, los dejaré reposar, volveré a cocinarlos la próxima mañana.

 

Hay una luz en el parque. Un pequeño destello que se balancea como si fuera el ojo de un gato. Algunas figuras se mueven detrás del resplandor. Van caminando hacia el rojo. Son tres hombres, el primero carga una vela. Cuando está frente al santo se arrodilla y deja que la vela derrame candela, que caiga fresca sobre el piso para hacer base y dejarla reposar.

 

Los otros hombres miran. Uno prende un cigarro. Cuando el que está arrodillado se levanta, pasa el del cigarrillo, que también lo deja a los pies. El tercero cierra los ojos, balbucea.

 

Que cambiaba de forma, eso dicen los hombres que están ahí. De hombre a tigre y de tigre a caburé. Que le escapaba a la muerte porque el santito de los huesos era su amigo. Antonio Mamerto Plutarco Gil, hijo de corrientes, gaucho del Paiubre, tierra de tigres y del monte.

 

Cuando usted pide tiene que ofrecer, me dice uno de los hombres. 

El gaucho no traiciona, pero ay quien lo deja de garpe. Así dice, de garpe. Luego se vuelve a mirar al santo de vincha roja, pañuelo rojo, ojos de yaguareté.

 

El tercer hombre me habla. Es el santuario más grande de la capital. Antes era solo un santito apoyado en un árbol, ahora tiene lo que se merece.

 

Sobre la avenida Corrientes se levanta el oratorio, santuario y templo con mayor concurrencia de la ciudad. Allí vive un cuidador y varias personas tienen asignadas tareas en una pizarra que se diagrama por mes. 

Hay dos imágenes del gaucho correntino, una al aire libre sobre la avenida, el otro resguardado dentro de una habitación, a la que se puede ingresar de a una persona.

 

Con la sangre de un inocente se cura otro inocente. Esas fueron las palabras que lo convirtieron en santo. Esa fue la voz de Antonio Gil antes de morir. Con esa letanía salvó al hijo de su verdugo.

 

Anímese, me dice uno de los hombres.

 

Entro con las manos en los bolsillos, tanteo los frutos, la hojarasca. Le dejo un poco de ambos. Me hace bien, al hombre que me alentó también le hace bien, su cara lo demuestra. 

 

Gracias le digo, no tiene por qué, me contesta.

 

Camino otra vez, vuelvo a casa, llevo en mis bolsillos un poco de frutos y algunas hojas, que parecen uñas, uñas de brujas y pronto las cocinaré.

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