top of page

Góngora y Quevedo a las puteadas   |     08.05.2023

 

El idioma castellano se edificó sobre la pelea, la difamación y el insulto. Es decir, sobre el combate sin cuartel por las ideas. De la agresión, de la descalificación, del intento de humillar al adversario. Esto no lo inventó el freestyle, ni la payada, ni Shakira con Bizarrap. 

El siglo de oro español es el momento en el que se sientan las bases de la literatura moderna en castellano. Y así como la prosa está signada por la sátira y la burla (porque eso es el Quijote de Cervantes), la poesía está atravesada por la rivalidad entre Luis de Góngora y Francisco de Quevedo. 

Góngora y Quevedo se odiaban. Pero se odiaban mucho, profundamente. Góngora era un fraile y tenía 20 años más que Quevedo. La rivalidad comenzó cuando se encontraron en la corte en Valladolid. 

Quevedo llegó como un joven universitario aspirante a la Corte en la que Góngora ya estaba consagrado. Quevedo eligió confrontar a Góngora con poemas satíricos de tono grueso, para llamar la atención y tener trabajo. Y lo logró. Pero la rivalidad siguió cuando la corte se instaló en Madrid. Y siguió durante toda la vida de ambos. 

Veamos qué dice Quevedo:

 

Quien quisiere ser Góngora en un día
la jeri (aprenderá) gonza siguiente:
fulgores, arrogar, joven, presiente,
candor, construye, métrica, armonía;
poco, mucho, si, no, purpuracía,
neutralidad, conculca, erige, mente,
pulsa, ostenta, librar, adolescente,
señas, traslada, pira, frustra, aharpía.

 

Aquí Quevedo se burla del estilo de Góngora. Porque detrás de esta pelea hay un marco teórico e ideológico. Góngora era culturanista. O sea, un defensor del lenguaje refinado. O rebuscado, según Quevedo. Y Quevedo era conceptista. O sea, más directo y llano. O burdo y básico, según Góngora.

En estos versos, Quevedo se burla citando un montón de términos raros que Góngora utilizaba en sus poemas. Muchos de esos términos resultan raros e incomprensibles hoy. Pero hay uno que llama la atención: adolescente. 

La palabra adolescente hoy es muy difundida y está incorporada al habla cotidiana. Pero en ese momento era una rareza, un término del mundo culto proveniente del latín. Es como citar hoy un término francés o alemán que sólo utiliza algún pensador poco conocido para el público masivo. 

Pero lo conceptual o teórico parece ser una excusa. Porque lo que comenzó siendo una burla a un estilo se volvió el insulto a una condición física. El ejemplo más notorio es el famoso poema de la nariz. 

 

Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado.
Era un reloj de sol mal encarado,
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.
Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce Tribus de narices era.
Érase un naricísimo infinito,
muchísimo nariz, nariz tan fiera
que en la cara de Anás fuera delito.

 

¿Por qué la nariz? Bueno, Quevedo se burla de que Góngora era narigón. Pero diciéndole narigón le está diciendo judío. Si este poema, que permaneció inédito hasta la muerte de Góngora, hubiera sigo publicado en vida, el poeta fraile hubiera tenido serios problemas con la inquisición. Pero hay más sobre el antisemitismo de Quevedo: 

 

Yo te untaré mis obras con tocino
porque no me las muerdas, Gongorilla,
perro de los ingenios de Castilla,
docto en pullas, cual mozo de camino;
apenas hombre, sacerdote indino,
que aprendiste sin cristus la cartilla;
chocarrero de Córdoba y Sevilla,
y en la Corte bufón a lo divino.
¿Por qué censuras tú la lengua griega
siendo sólo rabí de la judía,
cosa que tu nariz aun no lo niega?
No escribas versos más, por vida mía;
aunque aquesto de escribas se te pega,
por tener de sayón la rebeldía.

 

Quevedo hace alusión al hecho de que los judíos no comen tocino. O sea, carne de cerdo. Está claro que por aquella época no existía ni la corrección política ni la cancelación. Pero sí existía la Santa Inquisición. Por eso Quevedo, además de hacer versos antisemitas, también podía elegir el trazo grueso y hablar del culo y los pedos de Góngora.

 

Este cíclope, no siciliano,
del microcosmo sí, orbe postrero;
esta antípoda faz, cuyo hemisferio
zona divide en término italiano;
este círculo vivo en todo plano;
este que, siendo solamente cero,
le multiplica y parte por entero
todo buen abaquista veneciano;
el minoculo sí, mas ciego vulto;
el resquicio barbado de melenas;
esta cima del vicio y del insulto;
éste, en quien hoy los pedos son sirenas,
éste es el culo, en Góngora y en culto,
que un bujarrón le conociera apenas.

 

Además de culos y de pedos, Quevedo habla de un bujarrón que conoció apenas a Góngora. Por si alguien tiene alguna duda con la comprensión del castellano antiguo, “bujarrón” significa “bufarrón”.

Quevedo fue quien más escribió contra su contrincante en esta pelea literaria brutal. Como se dijo, Góngora ya era un poeta consagrado y sabía que dándole importancia su rival ganaría fama, tal como pretendía con sus diatribas. Pero Góngora será un tipo de fe, un poeta muy culto, esteta y refinado, pero tampoco era de fierro. Y finalmente, el poeta culturanista se calentó. Y re caliente, escribió contra Quevedo.

 

Anacreonte español, no hay quien os tope,
Que no diga con mucha cortesía,
Que ya que vuestros pies son de elegía,
Que vuestras suavidades son de arrope.
¿No imitaréis al terenciano Lope,
Que al de Belerofonte cada día
Sobre zuecos de cómica poesía
Se calza espuelas, y le da un galope?
Con cuidado especial vuestros antojos
Dicen que quieren traducir al griego,
No habiéndolo mirado vuestros ojos.
Prestádselos un rato a mi ojo ciego,
Porque a luz saque ciertos versos flojos,
Y entenderéis cualquier gregüesco luego.

 

Góngora se burla del estilo, pero también de la renguera y los problemas de vista que tenía Quevedo. Hay otro poema, atribuido a Góngora, titulado  A don Francisco de Quevedo, donde acusa a su rival de de beber en exceso. Es sabido que Góngora llamaba a Quevedo, Qué bebo:

 

Cierto poeta, en forma peregrina
cuanto devota, se metió a romero,
con quien pudiera bien todo barbero
lavar la más llagada disciplina.

Era su benditísima esclavina,
en cuanto suya, de un hermoso cuero,
su báculo timón del más zorrero
bajel, que desde el Faro de Cecina

a Brindis, sin hacer agua, navega.
Este sin landre claudicante Roque,
de una venera justamente vano,

que en oro engasta, santa insignia,
a lo que, a San Trago camina, donde llega:
que tanto anda el cojo como el sano.

 

Dos de los más grandes exponentes de la poesía española del siglo de oro se dijeron de todo, incluidas algunas bajezas que hoy serían irreproducibles e inconcebibles por parte de dos intelectuales de semejante fama y prestigio. En ningún lado se dirían hoy algo así. Ni siquiera en twitter. 

Eso sí, hay que reconocer que Luis de Góngora y Francisco de Quevedo eran dos exponentes exquisitos en el ejercicio del arte del insulto. Un arte que puede parecer violento, pero que no es más que la representación de la violencia. 

Comprender la importancia de la representación de la violencia y diferenciarla de la violencia real, nos puede salvar la vida y las ideas.  

Necesitamos ejercer el arte del insulto. La yuta que los parió. 

bottom of page