Harry el limpio (adiós a Belafonte) | 02.05.2023
Ni a mi mamá ni a mi papá les gustaba andar alardeando sobre una persona famosa que les gustaba. No eran de andar diciendo “uy, qué buena está”. O “qué hermoso, le re doy”.
A mi vieja sólo la recuerdo hablando de amor hacia Joan Manuel Serrat y Harry Belafonte. Sí, hablo de amor porque así lo expresaba mi vieja: amor. A la distancia e imposible. Amor.
Serrat era un juglar. O sea, la versión refinada de un cantor pop. Poeta y contestatario. Pero hasta ahí. Que honraba sus tradiciones, en castellano y en catalán. Y que le gustaba a mucha gente. Porque era talentoso y porque era hermoso. Muy, muy hermoso. ¿Cómo no enamorarse de él?
Belafonte era una estrella. Una estrella de Hollywood. Tan marginal o refinado como lo era Serrat en el parnaso pop. Pero bien adentro del sistema de estrellato del espectáculo en su más grande dimensión mundial: Hollywood. Desde Hollywood, Belafonte levantaba la bandera de la marginalidad y de la disidencia.
Harry Belafonte no era un estadounidense disidente. Era una anomalía en el sistema. Un jamaiquino nacido en Nueva York. Un virus. El virus más molesto y más atípico. La celebridad más celebrada desde los márgenes y las izquierdas. Belafonte era el hecho maldito en el país burgués. Y además, era hermoso. ¿Cómo no enamorarse de él?
Harry Belafonte nació en 1927 en Harlem. En ese momento su padre, jamaiquino, trabajaba como chef para la Marina Británica. Cuando Belafonte tenía ocho años, su familia se mudó a Jamaica. Vivieron cinco años en Jamaica. Cuando Harry tenía 13, los Belafonte regresaron a Nueva York.
Esos cinco años marcaron para siempre la vida de Harry. Algo que se hará evidente en la música. Harry Belafonte hizo famoso el calypso, el ritmo jamaiquino más famoso del mundo después del reggae. Y anterior al reggae.
Cinco años pueden parecer pocos en la vida de alguien que iba a vivir 96. Porque Harry Belafonte acaba de morir en Manhattan, en la ciudad de Nueva York, donde había nacido, a los 96 años Pero cinco años son un montón cuando estás pasando de la niñez a la adolescencia.
Esos años terminan marcando una vida. Por eso Viggo Mortensen es fanático de San Lorenzo y habla castellano como un argentino, a pesar de que vive en Madrid y su lengua principal es el inglés. Por eso mismo, Harry Belafonte se volvió definitivamente jamaiquino y amante incondicional de la música de su país adoptivo y adoptado.
Harry Belafonte se sentía jamaiquino. Pero era era un jamaiquino en los Estados Unidos. Esto puede traer muchos beneficios en cuanto a la repercusión. Pero a veces, el precio a pagar puede ser un poco caro.
Harry Belafonte tuvo que enrolarse en la marina de los Estados Unidos durante el fin de la Segunda Guerra Mundial. Cosas que pasan cuando existe el Servicio Militar Obligatorio en el país más grande (y beligerante) de la Tierra. En el mayor fabricante de armas del mundo.
Cuando volvió de la Marina, Belafonte primero tomó clases de actuación. Luego se lanzó a cantar en bares. Cantaba canciones de su tierra adoptiva, de su patria espiritual. Y cantaba muy bien.
En 1956, Belafonte sacó un disco de calipsos. ¿Cómo se llamaba ese disco? Calypso. Hoy a Harry Belafonte se lo conoce como “El rey del calypso”. Sin embargo, el gran éxito de aquel disco no era un calipso, sino un mento: “Banana boat (Day-O)”.
El mento es otro de los ritmos populares de Jamaica, que siempre se cita como una de las fuentes del reggae. Y “Banana boat (Day-O)” es un mento popular, una canción de autor anónimo, que cantaban los trabajadores bananeros en Jamaica.
La canción cuenta que un grupo de trabajadores, después de haber cargado un barco de bananas durante toda la noche, esperan el pago para regresar a sus casas.
La canción se transformó en número 1 de los ránkings. Lo que pasó con “Banana boat” en aquel momento es comparable a lo que pasó años después con “Livin’ la vida loca” o “Despacito”. Fue un éxito arrollador, popular, exótico, sorpresivo.
¿Qué hizo Harry Belafonte con toda aquella difusión, con toda esa fama? Siguió cantando y actuando, Y también siguió siendo el mismo tipo austero y contestatario que era. Fue así que sumó esa popularidad a una infinidad de causas nobles.
Belafonte participó en USA for Africa y en El show de los Muppets. Además, sus dos canciones más populares suenan en escenas memorables de Beetlejuice, de Tim Burton. Como actor, trabajó a las órdenes de Robert Altan y Spike Lee, quien lo convocó a su último papel en el cine, en 2018, a los 91 años.
Belafonte era un tipo elegante, noble y popular. Era Harry el limpio. Muy querible y correcto. Correcto en sus formas, amable. Pero no era políticamente correcto. Colaboraba con causas nobles, pero no necesariamente sencillas, ni con un gran consenso progre. Más que progre, Belafonte era un tipo de izquierda, con simpatías comunistas.
Puedo no estar de acuerdo con muchísimas cosas del comunismo. Y puedo criticarlo mucho. En todos lados. Menos en los Estados Unidos. En los Estados Unidos, ser comunista es lo más incómodo, lo más antisistema que se puede ser en términos ideológicos e intelectuales.
Harry Belafonte fue muy amigo de Martin Luther King. Fue, además, uno de los primeros artistas negros en Hollywood. Pero también fue amigo de Fidel Castro. Y demostró su amistad con Fidel y con la revolución cubana en el peor momento que vivió la isla desde 1959: la caída de la Unión Soviética.
En 1992, el periodista argentino radicado en Miami, Andrés Oppenheimer, sacó su libro “La hora final de Castro”. El libro le valió a Oppenheimer el Premio Pullitzer, el más importante que se otorga al periodismo en los Estados Unidos. No, Oppenheimer no le pegó ni cerca en su diagnóstico. Pero así era el clima en aquella época.
Se había terminado el comunismo en el mundo. ¿Cuánto tiempo podía quedarle a Cuba, que está a 90 millas de Miami? Ese 1992 desolador para Cuba, ese mismo año, Belafonte viajó a La Habana y se reunió (y se fotografió) junto a su amigo Fidel Castro. ¿Cómo no iba mi mamá a enamorarse de él?
El 25 de abril de 2023 se murió Harry Belafonte a los 96 años. La misma semana en la que mi mamá hubiera cumplido 82, aunque se murió a los 59. La misma semana en la que se cumplieron tres años de la muerte de mi papá, a los 79.
Me pregunto qué será hoy ser de izquierda.