top of page

Por qué soy libertario (Parte 2) |     11.09.2023

Soy libertario. Lo digo sin complejos, lo digo con orgullo, lo digo a pesar de la coyuntura. Lo digo en medio del mayor giro ideológico que ha tenido un término político en toda su historia.

Libertario.

Lo digo en el momento menos oportuno para decirlo. Porque mi idea de “lo libertario” está identificada con el comunismo libertario. Con el anarquismo. Y hoy la posición hegemónica de “lo libertario” representa a lo opuesto. Libertario es un liberal muy liberal. Un liberal fundamentalista.

Alguien, desde una posición pragmática, democrática, de la realpolitik o como quieran llamarla, dirá que se trata de dos caras de la misma moneda. Aquello que los extremos se tocan, como decían antes de la izquierda y la derecha. Porque ejemplos sobran y para todos los gustos.

       Podrán decir también que “libertario” identifica tanto a un anarquista como a un liberal extremista, porque el centro de ambos pensamientos está puesto en el fin del estado. Ya veo cómo, una vez más de tantas, me acusarán de “hacerle el juego a la derecha”. Y no voy a negar que entiendo el punto.

       No me voy a hacer cargo de “hacerle el juego a la derecha”. Eso siempre me pareció ridículo. Algo propio de quienes no quieren hacerse cargo de los errores propios; y que, en cambio, prefieren señalar como culpables a los giles que agitamos y bardeamos desde los márgenes.

A los punks, a los anarcos, a los hippies, a los débiles. A quienes elegimos ser marginales porque en el centro está todo podrido. Y nos bardean a nosotros pero después, cuando aparece el gran monstruo libertario, fingen demencia y se preguntan cómo es que sucedió eso.

Digo que entiendo el punto cuando pienso en el éxito del término “libertario”. En la eficacia a la hora de crear algo nuevo, que rompa con el bipartidismo y, de paso, rompa con todo. Porque usar un término anarquista, es usar un término utópico. Es romper todo como parte de un ideal. Que, como sucede con el anarquismo, puede ser llenado con prácticamente lo que sea.

       No, no es voto bronca. Es voto utópico. Porque el anarquismo y el liberalismo extremo no sólo comparten la palabra “libertario”: también los une la utopía. Una utopía con valores y alcances contrapuestos, antagónicos. Pero utopía al fin.

       En la primera parte de esta historia había quedado pendiente lo de las siglas. Bueno, les cuento:

La FOA surgió en 1901. Y significaba Federación Obrera Argentina. Hasta que en 1905 pasa a llamarse FORA, Federación Obrera Regional Argentina.

       Si bien la FORA adhirió desde su fundación a los principios del “comunismo anárquico”, se trató de una Central Obrera. Como la Confederación General del Trabajo, la actual CGT. La CGT se fundó en 1930, por un acuerdo entre socialistas, anarquistas y comunistas. Sí, aunque parezca ciencia ficción.

       La FORA era una central obrera. Y si bien el nombre quedó históricamente vinculado al anarquismo, lo cierto es que los anarquistas no tuvieron su organización propia hasta 1935, cuando se creó la FACA. Antes de eso, el anarquismo centró su lucha en el movimiento obrero. Por eso la FORA.

       FACA significa Federación Anarco Comunista Argentina. Para ese momento, la Revolución Rusa estaba consolidada, tanto que hasta ya provocaba que surgieran movimientos políticos disidentes por izquierda. A mediados de la década del 30 los posicionamientos políticos e ideológicos eran más claros. Y para que no quedaran dudas de dónde estaban parados, los anarquistas eligieron ese nombre punzante, filoso.

       FACA. Federación Anarco Comunista Argentina.

       No se trataba sólo de ser anarquista: había que ser anarco comunista. Porque los ideales eran los mismos que los de los comunistas. Pero los métodos eran completamente distintos. No se trataba de tomar el estado, sino tomar de conciencia. La apuesta era a la solidaridad, a la educación, a la razón. Con eso bastaba para cambiar las cosas, para hacer que el estado y la propiedad ya no tuvieran sentido.

       La utopía está cargada de fe. Y si bien en el discurso eran ateos y racionalistas, el accionar de los anarquistas se asemejaba mucho al de los predicadores y los profetas. Lo dicho: una utopía. Pero no la única.

       En febrero de 1955, un congreso anarquista disolvió la FACA y creó la FLA. O sea, la Federación Libertaria Argentina. Que es la organización que nuclea a los anarquistas desde entonces. Por primera vez la palabra “libertario” (o “libertaria”) aparece en un título tan importante. Pero el término era usado por los anarquistas desde los inicios del movimiento.

       La idea de la libertad era algo que, culturalmente y en general, tenía que ver con el anarquismo. Si alguien se llamaba Libertad o su nombre estaba vinculado con la palabra libertad, era seguro que sus padres eran anarquistas.

       Tal el caso de la actriz y cantante de tangos Libertad Lamarque, cuyo padre era un anarquista uruguayo. Libertad Lamarque actuó de muy chica en grupos de teatro anarquistas.

También está el caso el de uno de los dirigentes más importantes de la Argentina: Rubens Íscaro. Íscaro nació en 1913 y murió en 1993. En 1983 fue candidato a presidente por el Partido Comunista, pero luego declinó su candidatura, cuando el PC apoyó al candidato peronista Ítalo Luder. Su nombre completo era Rubens Libertario Íscaro. Sí, su segundo nombre era “Libertario”.

¿Se imaginan si alguien le pusiera “Libertario” a un niño que nace hoy? ¿Cuál creerían que sería el ideario político de quien hoy le pone a un hijo el nombre “Libertario”? Bueno, hace 110 años las cosas eran muy distintas. Y un niño que nació en 1913, en 9 de Julio, provincia de Buenos Aires, recibió el nombre “Libertario” porque sus padres eran anarquistas. O, dicho de otro modo, anarco comunistas.

Aclaro lo del comunismo porque los liberales extremistas de hoy no sólo fueron por la palabra “libertario”: también suelen usar la anarquía como parte de su dispositivo retórico. Y suelen llamarse anarco-capitalistas.

La expresión no está muy difundida en nuestro país. Y mucho menos a nivel masivo. No es, ni remotamente, popular como “libertario”. Es, más bien, un término para iniciados, para gente que está en el asunto, que lee y se interesa por la sintonía fina del liberalismo. Pero existe y está muy vigente. Sobre todo en los Estados Unidos.

Aquí, en la Argentina, liberal y libertario son cosas parecidas. Tal vez el libertario (no el anarquista, sino el actual) sea una variante radicalizada, extrema, del liberal. Pero todos son liberales.

En los Estados Unidos, todo es muy distinto. Y un libertarian es algo así como un libertario (no el anarquista, sino el actual) acá; pero un liberal es lo que acá sería un progre. O sea, nada que ver. O mucho, muchísimo que ver. No sé, ustedes dirán. Pero estaba hablando de otra cosa.

No me importa cómo se reivindica, se denosta, se pisotea o se usa como bandera la palabra “liberal”. Nunca me sentí ni remotamente liberal. Es más, fue un término con el que hace relativamente poco fui entendiendo que puedo tener puntos en común. Y sobre todo de diálogo, con personas interesantísimas.

Alguien dirá que son pocos los liberales con los que se puede hablar y hasta coincidir. Pero seamos justos: esto es algo que atraviesa a cualquier clase de ideología o ideario político. Pero históricamente, el liberalismo fue cosa más reivindicada desde la economía que desde la política.

Algo de eso sucede hoy, cuando algunos supuestos “libertarios” proponen cuadruplicar el presupuesto militar o mantener el sustento de la Iglesia católica, en medio de promesas de reducción del Estado a su más mínima expresión. ¿Cerrar escuelas y hospitales para abrir cuarteles? ¿Discutir la salud y la educación pública, pero no la fe pública? No sé si eso es liberal o no. Pero seguro que libertario no es.

Porque eso es lo que más me duele: que se hayan apropiado (ah, la libertad de mercado) del término “libertario”. Aunque también entiendo lo atractiva, lo seductora que es esa palabra. “Libertario” es una palabra que, como dije, sostiene una utopía. Y por lo tanto, es tan imposible como disruptiva. En momentos en que la racionalidad falla, la esperanza se aferra a la fe o a la utopía. La fe como cosa personal y la utopía como horizonte político.

Lo libertario está vinculado con la libertad. Con una libertad que va mucho más allá de lo que nos animábamos a pensar. Una libertad que corre los límites y que se ubica en la frontera con el libertinaje.

Un libertario es casi un libertino. Por eso los anarquistas fueron los grandes libertarios de la historia. Por eso los punks fanzineros de los 80 se acercaron a la FLA y a los viejos anarquistas. Junto con Osvaldo Bayer, fueron quienes reivindicaron esa historia de lucha.

Así como existe una tradición de la izquierda o una tradición del “campo popular” existe también una tradición anarquista. Que va de los viejos ácratas de los primeras décadas del siglo a los anarco punks de las últimas. Cuando digo anarquistas me refiero a los anarco comunistas.

Ser anarco comunistas significaba estar en los márgenes de todo. Descartar las supuestas ideas modernas sobre democracia, porque se rechazaba de plano esa idea de democracia. Como los cínicos en la antigua Grecia, los anarquistas desenmascaraban la hipocresía de la sociedad actual. Pero además, ejercían la utopía de la construcción de la sociedad futura.

Mantenerse al margen de la sociedad te permitía evitar compromisos. Pero también te volvía un paria, un enfermo social, la más grande de las anomalías. Lo libertario tenía que ver con eso: con llevar una existencia utópica, con ser un inconformista absoluto. La institucionalización de lo libertario es la contracara absoluta de esa idea.

Bueno, basta. Ya estoy cayendo en el tipo de discursos resentidos que sólo terminan siendo funcionales a quienes nos usurparon la idea de “libertario”. No puedo seguir hablando de ellos, porque cada mención parece sumarles votos. Odio los gestos tribuneros para convencidos. Y en eso estamos, lamiéndonos a likes los análisis supuestamente ingeniosos de quienes no vimos venir antes.

No es con golpes en el aire, ni lavados de culpa al paso que se da vuelta esto. En todo caso, como aquellos libertarios, podríamos preguntarnos seriamente si es verdad que todo lo que se juega es tan distinto. Y en cómo es que nos dejamos arrebatar la libertad.

Como libertario, me duele tener que aclarar de qué hablo cuando hablo hoy de ser libertario y me miran con mala cara, cuando no con odio. Pero nadie vio venir el poder disruptivo que tiene la libertad cuando es lo único que te queda.

Paradojas del destino: el primer peronismo terminó para siempre con los sindicatos anarquistas. Y no lo hizo persiguiéndolos (aunque hubo persecuciones, ya les conté que eso es anecdótico), sino con medidas de equidad social. Porque está muy bien la libertad. Pero si esa libertad parte desde una desigualdad social profunda, es contrafáctico decir que la libertad va a poner las cosas en su lugar, sin que nadie la regule.

La libertad es algo tan amplio que su ejercicio, en términos políticos y sociales, casi siempre puede implicar el daño a alguien. O al menos, la pérdida de algo, en términos relativos. La libertad fue elegida como bandera por los anarquistas porque en ese momento nadie más levantaba esa bandera.

La libertad (y más precisamente, la condición de libertario) era una actitud que iba en contra de todos los poderes. Hoy esa libertad se usa, en términos políticos electorales, en la misma dirección. No se trata de ganar una elección: se trata de dar vuelta todo, de desacernos de todo esto, que está podrido.

La libertad es la única salida individualista al fracaso colectivo. Si se puede discutir la existencia o no de la educación y de la salud pública, es porque la educación y la salud púbica son un desastre. Y los políticos que las defienden son gente que no las usa, porque paga servicios privados. ¿Está mal decir eso? No, no está mal. Y si está mal, me la banco. Aún a riesgo de estar haciéndole el juego a la derecha. O a los libertarios, que hoy parece ser lo mismo.

Hoy los libertarios son quienes llevan las banderas de las libertades más ridículas: la libertad de vender nuestros órganos, la libertad de suicidarnos, la libertad de portar armas, la libertad de pagar o no impuestos. Cualquier libertad parece ser buena cuando la solidaridad impuesta, a través del estado, no funciona.

Sí, ya sé, una cosa es entender y otra muy distinta es justificar. Quiero creer que lo que estoy haciendo es entender. No justifico, simplemente intento entender cómo es que funciona la cabeza política de la gente que vota. Y lo dice alguien que vota muy de vez en cuando. Un libertario que, si vota, lo hace en silencio y sin alardear nada. Un libertario que no se la cree ni un poco. O, mejor dicho, que no cree ni un poco.

Claro que una cosa es decir esto frente al panorama actual. Si la fórmula hubiera sido Grabois-Bregman, y si esa fórmula hubiera logrado un triple empate contra Rodríguez Larreta-Carrió y Pollo Sobrero-Manuela Castañeira, tal vez mis ganas de votar hubieran aumentado considerablemente.

Porque también es lícito preguntarnos por qué el descontento político y social se expresa por derecha y no por izquierda. Y la verdad es que no tengo respuesta. Puede tratarse de una condición humana. O puede estar vinculado con muchísimos otros factores.

Personalmente, me inclino a creer que algo tiene que ver todo esto con la idea de la libertad, tan bien expresada en la palabra libertario. Esa que los liberales nos usurparon a los anarquistas y que sintetizan un siglo y medio de utopías antisistema.

No me gustó tener que prescindir del color amarillo. Pero mucho menos me gusta dejar de lado el carácter libertario. Y mucho menos, rifar la idea de la libertad.

Seamos libertarios, pidamos lo imposible, podríamos decir, parafraseando uno de los eslóganes más famosos de esa pequeña utopía boutique y gran fábrica de eslóganes famosos que fue el Mayo Francés.

Eslóganes y frases ingeniosas, propias de gente que, de haber existido las redes sociales, no se hubiera molestado siquiera en salir a la calle. Pero así son las utopías: un día se pone las pilchas de la izquierda champagne y al otro se calza el uniforme de fajina del triunfo electoral de la ultraderecha.

Boutique o no, demodé o no, yo sigo siendo libertario. Hasta que esa utopía vuelva a ser patrimonio de quienes apostamos a la practicidad del bien, a la naturalidad de la concordia, al diálogo racional. Una utopía dentro de otra utopía, en un juego de cajas utópicas infinito.

Sí, infinito. Como la utopía, como la libertad.

Libertario.

Libertino.

Hasta que la libertad ya no duela.

Hasta que la libertad sea libre.

bottom of page