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Caminatas   |     12.06.2023

Caminar como yo camino

Caminar, como intento hacerlo, es una mecánica y un arte. 

Es lo más opuesto a no hacer nada y lo menos parecido a un trabajo. Caminar, como intento desde hace un año o dos, ¿quién sabe?, es distinto a otras tareas y se parece mucho a varias ocupaciones.

 

Una vez, tan solo una vez, uno de mis amigos, el afamado, el ilustre, el que conduce su vida por los carriles del mérito, el que coquetea con la moda y compra lo que quiere, aunque no tenga estilo, osó decir que caminar, como yo lo hacía, era un acto perezoso. Pobre, pensé. Fue lo primero y lo último que pensé sobre él, porque si cree que caminar como yo camino es un acto perezoso, qué desdicha, qué infortunio en perderse el mundo que se aprehende cuando se camina como yo camino.

 

Mi materia, cuando camino, es el aire y todos los seres que viven en él y mueren con él. Son los pájaros que se esconden cuando llega la tarde, son las aves que carroñan bolsas, son los insectos que lastimosamente pican, pululan, vuelan erráticos. Mi materia es la multitud y la soledad, los árboles robustos y las ramas que dan pena, su color opaco, sus hojas muertas, su ocaso. Cuando camino mi lupa busca las fragancias de las casas, las compara, las deshecha, se las olvida y vuelve a comparar. Cuando camino busco el olor de la infancia y el brote de un laurel o de un jazmín.

 

Cuando camino no me siento fuera de mi hogar, al contrario, hago propia mi huella, defiendo cada paso como si se tratara de una línea de mi patria, de una íntima nación, de un territorio que no lleva nombre, no puede llevarlo y sin embargo es mío, absolutamente mío.

 

Mis recorridos tienen la frecuencia que necesito, ni más, ni menos. Voy adiestrando mis pies para llegar a lugares más lejanos donde nadie ha oído de mí, ni de mis ancestros, ni jamás sabrá quien soy, por qué estuve allí o si volveré. Porque nadie necesita un detective en su barrio, nadie necesita de alguien que camine como yo intento caminar.

 

Mientras camino me mezclo con los demás, con sus edificios y sus automóviles, entre los jóvenes y los viejos, esquivo canteros y desgracias de perro. Soy uno más cuando camino pero estoy alerta, porque si el descuido me convence puedo convertirme en otra cosa, un deportista o un canalla, cualquiera de esas dos posibilidades me aterra.

 

Un espectador, un observante, un detective, eso hago cuando camino, soy el que mira con atención a las señoras que juegan al  buraco, las cuatro señoras que se odian y han acordado en silencio, que el juego se transformará en un vehículo de cortesía para no llegar a las armas. 

 

Cuando camino como yo intento caminar, me vuelvo un extranjero, ni siquiera reconozco los rostros familiares, de más está decir, que el mío se convierte en un garabato. A veces siento comportarme como el extranjero de Baudelaire al que le preguntaron:

¿A quién quieres más, enigmático? Dime: ¿a tu padre, a tu madre, a tu hermana o a tu hermano?

- No tengo padre, ni madre, ni hermana, ni hermano.

- ¿A tus amigos?

- Utiliza usted una palabra cuyo sentido desconozco hasta ahora.

- ¿A tu patria?

- Ignoro en qué latitud se encuentra.

- ¿A la belleza?

- La amaría con gusto, diosa e inmortal.

- ¿Al oro?

- Lo odio como usted odia a Dios.

- ¿Pues qué amas entonces, raro extranjero?

- Amo las nubes... las nubes que pasan... allá arriba... allá arriba, ¡las maravillosas nubes!”

 

Se hace de noche, debo volver y abandonar esto, encallar, dejar la deriva, al menos por un rato. 

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