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Volver a Iruya / 24.07.23

Vuelvo a pisar las calles de adoquines, los negocios cerrados por la costumbre de las tardes, las piedras del camino para pasar al otro lado. Llueve, el pasto mojado, corremos a un techo y de vuelta a las carpas. La sombra de los árboles abraza. Camino entre pisada y pisada, vida y vida, quemándome los pies cada vez que apoyo uno y otro.

Me parece sentirte en la penumbra de lo lejos, encontrarte aparentemente de manera casual entre lo poco que se ve.

Hoy volví a Iruya, pero no era Iruya.

Hice todo lo que haría en Iruya, pero no era todo.

Pasé por mis caminos, pero no era yo.

Voy volviendo, voy partiendo. Una parte de mí queda en el pueblo en la montaña, en los árboles de la banda, en las luces de la noche, las montañas arriba de mi espalda y de mi frente. Un pedacito de mi amor, mi expresión, mi forma de ver el mundo, mis ganas de mirar el cielo y todos sus encantos. Dejé en Iruya una forma de amar, de acariciar, de decirte.

¿Volveré? Mi yo que se queda conmigo me dice que le de tiempo y oportunidad, que sin volver, quizás vuelva a Iruya.

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