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Ama, una voz en el teléfono / 17.07.23

 

 La cita fue en calle Carranza entre Soler y Nicaragua, Palermo, en la casa de su hijo menor, Fernando. Venía acompañada de su hija del medio, Agustina, que la acompañaba a Capital Federal desde Lomas de Zamora, zona sur, de donde ella y su familia son oriundos.

 Ama, se despojó de su saco de lana, sonrió y se quedó parada mientras contaba las peripecias para llegar hasta el departamento, “estoy vieja, antes me sabía todas las calles, yo les enseñe a viajar a mis hijos y ahora yo me pierdo”, anuncia con algo de nostalgia y melancolía de esas épocas donde nada la detenía, hoy es ella su propio límite.

 En la mesa hay servidas unas empanadas y gaseosa, Ama se sirve disimuladamente una, la envuelve en una servilleta, pero no da bocado porque no para de contar cosas, de su vida, de sus hijos, de lo que sea, ella saca tema donde no los hay porque su pasión es usar su voz.

Venía especialmente a hablar de ella, tenía ansias de contar su historia y dar detalles de su vida. Hoy espera que haya oídos atentos a escuchar sus elocuentes anécdotas. 

 Empezó su relato con su juventud, ella misma se percibe como una persona seductora, siente que lo fue desde que nació, trata de ser modesta, pero ante algún halago ella se sube a eso y suma que siempre le jugó a favor su belleza, su actitud y por sobre todas las cosas su voz.

 Entre varios trabajos que tuvo, recuerda como la época de oro una oficina donde ella era administrativa. Ganaba bien, vivía sola, se movía para todos lados, era soltera y disponía de su tiempo responsablemente entre las obligaciones con sus padres a los que cuidaba y la diversión.

 Luego de esos años de gloria y juventud, armó su vida con un marido y tres hijos en la casa de su madre. Ella no mostró mucho énfasis en esta época, aparentemente hizo lo que había que hacer, casarse y tener hijos. Para completar mandatos sociales, también a los años se separó de su marido y emprendió su vida como madre soltera y trabajadora.

 Ya para esa época, con casi 55 años, necesitaba trabajar para mantener su casa y sus gastos. La época no ayudaba, y la búsqueda laboral era difícil, pero entre tantos intentos de subsistir, el marido de una amiga le sugirió que se postulara como recepcionista de un “departamento privado de chicas”.

Ama no dudó en presentarse a la entrevista en aquel departamento privado, pero esa primera vez no accedió al trabajo por no tener experiencia. Sin miedo a rebotar, comenzó a llamar a una sección del diario que se llamaba “rubro 59”, un apartado del diario donde las personas ofrecían sus trabajos sexuales. 

Ante la insistencia de sus llamados a todos los departamentos, logró conseguir una entrevista y consiguió el puesto, ella exclamó vehementemente “quedé por mi voz”.

 El trabajo consistía en atender los llamados, y repartir los turnos entre las chicas que trabajaban en el departamento. Atendía el teléfono y tenía un speech preparado para cada potencial cliente: “Hola mi amor, hola gordito, hola hermoso”. Según el día, el horario o el cansancio ella se hacía pasar por las prostitutas y con su voz seducía al cliente, ella era el anzuelo para esos hombres que estaban hambrientos de sexo.

 Las trabajadoras sexuales eran de varias nacionalidades, argentinas, bolivianas, peruanas y paraguayas. Los servicios eran dos, el convencional que constaba de sexo con preservativo, penetración vaginal y sexo oral y luego el completo que sumaba el sexo anal, sexo vaginal, lluvia dorada, lluvia negra y todo sin protección. Cada servicio tenía una diferencia de precio, el completo por supuesto era mucho más caro.

 También contaban con el servicio a domicilio, el cliente llamaba, hablaba con Ama, ella lo seducía, pedía un teléfono fijo y enviaba a la chica que estaba libre. Muchas veces el cliente se quejaba porque la chica que llegaba no tenía la voz que los había atendido telefónicamente, ellos querían esa voz, la voz de Ama.

Entre los clientes había de todo, señores muy mayores que no podían desvestirse solos, hombres muy apuestos, gente poderosa, famosa y reconocida, políticos, adictos a la cocaína que no hacían más que consumir y acostarse para que las chicas los toquen.

 Ama recordaba con mucho cariño a uno de sus clientes “Pucky”, un puntero de la barra brava de un reconocido equipo de primera, que era habitué del departamento privado. “Él iba con su bolsa enorme de cocaína, pagaba la noche entera, tomaba todo y se quedaba con las chicas” dice con voz de nostalgia Ama. Ella lo describe como un buen tipo, “un tipo de familia”, bueno, generoso y sobre todo con la plata.

 Ama dice que ella puede ver más allá de las cosas y las personas, que tiene una percepción aguda, que puede leer a la gente. Tanto así que a uno de sus clientes cuando lo recibía siempre le decía “hablas igual que el padre Farinello”, un cura que salía por la televisión dando consejos por la madrugada. No pasaron tantos días hasta que “la paraguaya” le comunica a Ama que su cliente fijo al que lo comparaban con el “padre televisivo” era ni más ni menos que un cura de verdad que trabajaba en una iglesia muy cercana del departamento. Ama lo sabía, ella leía a la gente, veía más allá.

 El trabajo en los departamentos privados no es fácil, describe Ama, de hecho, culpa a las largas jornadas nocturnas de sus ojeras y sus arrugas en la piel. “Ves de todo”  afirma Ama, haciendo referencia a la droga, los pedidos sexuales, las bolsas inmensas de preservativos que llegaban por delivery, los juguetes sexuales, los clientes unos tan diferentes a otros, y las historias de vida de todos los que pasaban por ahí.

 En el 2007 Ama comenzó primeriza como recepcionista, y como todo en la vida, las cosas van decayendo según ella, así también el boom de los departamentos privados. Las redes sociales pasaron a romper la fantasía de esos clientes que llamaban, se dejaban seducir por teléfono y caían rendidos en la cama de alguna chica desconocida. 

Para el 2016, con el gobierno de Mauricio Macri, el trabajo empezó a decaer, “empezaron a allanar los departamentos” expresa Ama con un poco de bronca. “Ahí decidí dejar el trabajo” afirmó con algo de tristeza.

 Fueron 9 años de trabajo ininterrumpidos, de varios departamentos donde trabajó como recepcionista, donde vio pasar de todo, donde se fumó la mayor cantidad de cigarrillos, donde ayudó a varias chicas pasadas de droga a recomponerse, donde dormía mini siestas entre turno y turno en un sillón, donde sostenía a su familia con el 10% de comisión que sacaba por día, donde acumuló la mayoría de anécdotas más extrañas que tiene para contar.

 Hoy, con 71 años, ama, cobra una jubilación por ama de casa, vive en zona sur en la casa de su madre ya fallecida y con su hija Agustina. Hoy ya no quiere sobresaltos, no quiere prestar su voz para volver a seducir clientes, prefiere estar tranquila en su casa, regar y cortar las plantas, mirar la televisión, visitar a sus amigas o hacer alguna diligencia pendiente cada mes.

 “A mí me querían por mi voz” repitió 14 veces, contadas. Ella supo siempre que su fuerte era la charla, la seducción y lo social. Parecería que su destino estaba un poco marcado, y que todos los caminos la llevarían a trabajar ahí en esos departamentos donde se compra el sexo.

 “Es un trabajo como cualquiera” expresa Ama muy convencida de que debería ser regulado. “Yo nunca tuve miedo de nada” manifiesta con total seguridad. Ella es una mujer fuerte, con ideas claras, con algunos secretos bien guardados y con una astucia única para salir de cualquier situación. Ama seduce a cualquiera, los clientes morían por su voz casi más que por el sexo. Fue la voz, entonces, la artífice de su historia, de los clientes, de las prostitutas, de las madrugadas eternas, de los días cansados, de la droga, de la exuberancia, de lo secreto, de lo privado, de los departamentos privados. 

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